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El suicidio es la primera causa de muerte violenta y ya triplica a los accidentes de tráfico

Por cada homicidio, se producen 13 muertes por suicidio en la provincia. /SUR

Por cada homicidio, se producen 13 muertes por suicidio en la provincia. / SUR

Cada 48 horas, una persona se quita la vida en la provincia de Málaga, que tiene una de las tasas de autolisis más altas del país

Cada 48 horas, una persona se quita la vida en Málaga. Los suicidios se consolidan como la primera causa de muerte violenta en la provincia y ya triplican a los accidentes de tráfico. Frente a los 62 fallecidos por siniestros en carreteras y vías urbanas, los casos de autolisis alcanzaron la cifra récord de 180 durante el año pasado, según las estadísticas del Instituto de Medicina Legal (IML), a las que ha tenido acceso SUR.

En 2017, los forenses adscritos a la Ciudad de la Justicia realizaron 1.100 autopsias para aclarar la causa de estos fallecimientos. De ellas, 410 fueron muertes violentas. Y casi la mitad de ellas son suicidios. Por cada homicidio (hubo 13 el año pasado), se registran 14 óbitos por autolisis. Solo los accidentes casuales (155), donde se incluyen caídas, ahogamientos o muertes en incendios, se le acercan.

2017

Suicidios: 180
Accidentes casuales: 155
Accidentes de tráfico: 62
Homicidios: 13
2016
Suicidios: 171
Accidentes casuales: 154
Accidentes de tráfico: 60
Homicidios: 14

Estudio basado en 65 suicidios investigados en el Instituto de Medicina Legal de Málaga entre el 1 de enero y el 1 de mayo de 2017

Sexo.
El 72% de los fallecidos eran hombres.
Edad.
El 10% de los difuntos tenían menos de 30 años y el 27%, más de 70 años. El más joven era de 15 años y el mayor, de 88.
Método.
El 47% de los fallecidos se suicidaron mediante ahorcadura; el 21% lo hicieron arrojándose al vacío; el 10%, mediante la ingesta de pastillas; el 4% por sumersión (ahogamiento); también el 4% emplearon un arma de fuego.

Estas cifras consolidan a Málaga como una de las cinco provincias españolas con mayor tasa de suicidios, por encima de Sevilla. «En Andalucía, curiosamente, se registra una tendencia al alza, mientras que en el resto de España es a la baja», explica el doctor Lucas Giner, miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y autor de numerosas investigaciones sobre autolisis.

Las estadísticas desmienten, por tanto, que haya zonas más propensas que otras al suicidio. Aunque algunos artículos científicos lo relacionan con la luz o con el clima, ya que en el norte de Europa se producen más casos que en el sur, el doctor Giner advierte de que no hay «nada concluyente» al respecto. Y Andalucía es un claro ejemplo de ello.

El psiquiatra considera que, en cambio, hay causas objetivas detrás de esta tendencia. «Está claro que guarda relación con los niveles de paro y el consumo de alcohol», subraya Giner, quien también añade como factor predisponente el aumento de la ingesta de sustancias estupefacientes, principalmente opiáceos.

La soledad

Pero, ¿por qué Málaga tiene una tasa tan alta? «Hay muchas causas, como el desempleo, factores biológicos, familiares…», apunta Noelia Espinosa, responsable del proyecto ‘Razones para vivir‘ que la ONG Justialegría desarrolla en la capital. «Es cierta esa imagen de Málaga como una ciudad muy abierta, enfocada al turismo, pero también tiene otra cara menos conocida: sigue habiendo muchas personas que viven en soledad».

El punto de inflexión entre suicidios y accidentes de tráfico se produjo hace poco más de una década. En 2005, los casos de autolisis superaron por primera vez el centenar de fallecidos en la provincia y justo al año siguiente, los siniestros en las carreteras bajaron por primera vez de esa cifra, lo que se consideró un hito histórico. El descenso de la accidentalidad en la red viaria se achacó, entre otros muchos factores, como la seguridad de los vehículos, a la concienciación de los conductores gracias a las campañas disuasorias, al carné por puntos o a la instalación de radares.

En Málaga se ha creado una mesa intersectorial en la que se trabaja en un protocolo de prevención

Por el contrario, en el caso de los suicidios, esa labor preventiva es escasa. «Es un problema de salud pública de primer orden y, sin embargo, apenas hay programas específicos ni un plan nacional», afirma tajante Lucas Giner, quien asegura que solo hay protocolos «locales», en algunas ciudades u hospitales con profesionales concienciados con el problema.

Porque, como insiste la Organización Mundial de la Salud (OMS), los suicidios se pueden evitar actuando sobre factores de riesgo como el abuso del alcohol y los problemas de salud mental, sobre todo las depresiones. «Es necesaria una formación en atención primaria –los centros de salud– para detectar situaciones de riesgo», agrega Giner, quien aboga por estudiar en profundidad cada caso para conocer las causas que le empujaron a quitarse la vida y, a partir de ahí, «sacar conclusiones».

En Málaga capital, por ejemplo, el Ayuntamiento puso en marcha el Programa Alienta para la Prevención de la Conducta Suicida en colaboración con expertos de Salud Mental de Carlos Haya y dos ONG que trabajan día a día con personas en riesgo de exclusión o con necesidad de diálogo, consecuencia de enfermedades o soledad: la asociación Justalegría y el Teléfono de la Esperanza. «Actualmente, estamos elaborando un protocolo para que no se solapen nuestra funciones», asegura Noelia Espinosa. «Se ha creado una mesa intersectorial para la prevención del suicidio a la que se sientan policías locales, bomberos, colegios profesionales, profesores de la UMA, miembros de las ONGs que trabajamos con personas en riesgo…», apostilla.

Para la responsable del proyecto ‘Razones para vivir’, una de las primeras soluciones pasa por «sacar al suicidio del silencio» que lo rodea y abordar el problema. «Si no se habla de algo, no existe», recalca Noelia Espinosa, que aboga por un tratamiento informativo de los casos de autolisis alejado del morbo y centrado en la prevención.

Sin embargo, estas muertes raramente transcienden del comentario del barrio y el dolor callado de la familia. Salvo excepciones, como los casos provocados por acoso escolar o desahucios, los suicidios no ocupan espacio alguno en los medios de comunicación, que aplican un tabú ya histórico por el temido efecto imitación, que en psicología se conoce como ‘efecto Wherter’.

El origen de ese nombre hay que buscarlo en la literatura. En 1774, el escritor alemán Wolfgang von Goethe publicó la novela ‘Las desventuras del joven Wherter’, una historia de desamor que acaba en el suicidio del progragonista. Tras su edición, se produjo una oleada de casos de jóvenes que se quitaron la vida de una forma muy similar, lo que llevó incluso a la prohibición del libro en algunos países.

Sin embargo, fue el sociólogo David Phillips quien, en 1974, acuñó el término de ‘efecto Wherter’ basándose en un estudio que realizó entre 1947 y 1968, en el que alcanzó la siguiente conclusión: al mes siguiente de que The New York Times publicara el suicidio de una persona conocida, la tasa de autolisis aumentaba un 12% entre la población.

Frente esta corriente, otros estudios en el ámbito de la psicología hablan del carácter preventivo de la difusión de noticias sobre suicidios, siempre dentro de unos parámetros, lo que algunos especialistas denominaron ‘efecto Papageno’. El origen del nombre también proviene del mundo del arte: el personaje de la ópera de Mozart La flauta mágica, cuyo suicidio lo evitan tres espíritus infantiles que le recuerdan las alternativas a la muerte.

Fuente: diariosur.es